lunes, 3 de noviembre de 2014

TÉCNICAS DE ESTUDIO. REVISAR TÉCNICAS DE ESQUEMA Y RESUMEN.

REALIZA LA SIGUIENTE LECTURA:

"..Aunque no dejara de tener padre y hermanos, fui alejándome de mi familia y pasé a formar parte de la casa del arcediano a medida que cumplía los años. Don Bricio organizaba mi vida y disponía según su voluntad de lo que había de ser de mi persona en cada momento. Eso, para un niño de apenas diez años, pobre, huérfano de madre y hecho a andar por ahí todo el día unido a una bandada de rapaces alampantes, suponía una gran seguridad.
  Con doce años dejé mi oficio de galopillo y, por designio de mi amo, fui a la escuela de la catedral, para formar parte de la schola lectorum. Esto supuso que me cortaran los cabellos, y se ofrecieran algunos mechones al obispo como signo de deferencia y sujeción.
  El día de mi ceremonia tonsural me arrodillé a los pies del anciano prelado de Ávila, don Sancho, delante de su sede en la capilla central de la girola de la catedral. En ese momento, don Bricio rogó en voz alta a Dios que tuviese a bien en su divina misericordia aceptar mis cabellos como signo de humilde renuncia al adorno humano y de voluntad de consagración a su servicio. Luego solicitó al obispo que me tomara bajo su mano. Ponderó el arcediano mis virtudes de humildad, obediencia, tesón, trabajo e inteligencia, las cuales me merecían, según su parecer, acceder al estado clerical y empezar a formarme en la escuela de la diócesis. Por primera vez en mi corta vida, sentí que mi persona tenía algún valor y comencé, aunque timoratamente, a considerarme importante.
  Como si las letras estuvieran sembradas en estado de latencia en mi alma infantil, aprendí con gran facilidad la lectura y la escritura y en pocos meses manejaba los libros sagrados con tal facilidad que mi eclesiástico protector y mentor, don Bricio, no tenía tiempo para salir de su estado de asombro. Cuando me oía recitar los salmos y leer con soltura las páginas de las Escrituras, me revolvía los cabellos cariñosamente y con entusiasmo emocionado exclamaba:
—¡Dios te ha hecho para esto, Blasco! ¡Eres una criatura suya! ¡Sí, sin duda perteneces al buen Dios! Él no te dejará nunca.
  Estas amables palabras henchían mi alma con una satisfacción infinita e iba yo creciéndome en vanidad.
  Sucedió después que el maestro de canto, don Pelegrín, se fijó en mi voz una tarde de domingo, cuando rezábamos las vísperas. Al terminar la ceremonia, me llevó aparte y me ordenó que entonara el himno que se había cantado al comienzo de la liturgia. Con la seguridad que me daba saber que podía servirme sin miedo de mi voz adolescente, canté:

    Deus, qui certis legibus
    noclem discernís, ac diem;
    ut fessa cures corpora,
    somnus relaxet etium.

  Abrió el maestro unos grandes ojos de asombro y después comentó:
  —He de hablar con don Bricio. Me parece prudente que te incorpores a la schola cantorum.
  No estuvo muy conforme al principio el arcediano con esta propuesta de don Pelegrín. Mas luego comprendió que la música completaría mi formación y accedió a que ingresara en el grupo de los cantores. En este nuevo destino, por ser yo el mayor de todos, no tardé en hacerme el jefe de los demás, a los cuales capitaneaba a mi antojo, y pronto logré que me sirvieran en los trabajos que nos encomendaban a diario, cuales eran: lavar la ropa, limpiar la escuela y encargarse de los asuntos menores de la catedral, raspar la cera de las velas, encender las lámparas y ayudar en el altar a los clérigos. No es que tratara yo con dureza o crueldad a mis pequeños compañeros, pero confieso que los tenía permanentemente a mis órdenes, sirviéndome de unas dotes de persuasión y mando que día a día se iban despertando en mi persona.
  Cuando cumplí los catorce años, don Bricio solicitó al obispo que se me admitiera a un grado más en el estado clerical, que consistía en la entrega y vestición de la sobrepelliz, que era el blanco sobrevestido coral que usaban los acólitos. Los sacerdotes y el propio obispo estuvieron muy conformes y se me impuso ese hábito tan codiciado por todos los muchachos que querían servir al altar.
  No podré olvidar nunca las lágrimas en los ojos de mi pobre padre y mis desarrapados hermanos en la ceremonia que me elevaba a la condición de clérigo casi definitivamente.
  Fue una hermosa celebración, un domingo lluvioso de noviembre. La catedral olía a humedad, a cera y a incienso, y un buen grupo de nobles caballeros tuvieron la deferencia de acudir vistiendo sus jubones de fiesta sobre los que relucían las brillantes espadas de parada sujetas a sus cintos. Avanzó el obispo con pasos lentos y trabajosos por la nave central del templo, apoyándose en el báculo que sujetaba en la mano derecha, y sosteniéndose asimismo sobre mi hombro con su mano izquierda. Sabiéndome el centro de todas las miradas, caminaba yo con falsa humildad fijos los ojos en el suelo, sin delatar la arrogancia que me envanecía por dentro..."
ACTIVIDADES:

1.-Docs de DRIVE elabora un esquema con ideas principales e ideas secundarias.
2.-Elabora un resumen de 4 ó 5 líneas.
3.-Escribe un final para el relato de 7 ó 8 líneas.
4.- Valora que actividad ha sido más difícil.


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