miércoles, 4 de febrero de 2015

La Experiencia de las Trincheras.



A partir de finales de 1914 los planes de guerra habían sido un fracaso y habían provocado cientos de miles de muertos y heridos. Los alemanes no habían podido tomar París, aniquilar el ejército francés u ocupar los puertos del canal de la Mancha. Los franceses y los británicos tampoco habían liberado el norte de Francia y Bélgica o reconquistado Alsacia-Lorena, y su enemigo seguía reforzando las defensas.

Aparecieron las trincheras, que son un resumen dela I Guerra Mundial.

Fragmento del Cómic de Joe Sacco. Dentro de la Gran Guerra.

¿Por qué una guerra estática de centenares de Kilómetros de trincheras?

1.-Ambos contendientes estaban muy equilibrados:

“El ejército alemán tenía tres veces más suboficiales que el francés, y sus pertrechos estaban mejor adaptados a las necesidades de la guerra moderna. Los picos y las palas necesarios para la construcción de trincheras eran un elemento habitual en él y los soldados estaban adiestrados para emplearlos. Las unidades de infantería disponían de armas, como los morteros ligeros, que no tenían sus adversarios” Pero había más soldados franceses y británicos( 2 millones), que alemanes (1,8 millones).

"... Durante las primeras semanas empezó a desarrollarse en el Frente Occidental un punto muerto táctico, que se completó prácticamente al cabo de tres meses y que duraría hasta 1918. Cuando los Aliados descubrieron por fin cómo acabar con él, los alemanes se rindieron casi de inmediato.”




“Los Aliados buscaban cobijo detrás de los arroyos y en las granjas, y se dedicaron a cavar cada vez más trincheras, aunque al principio estas eran poco profundas y contaban solo esporádicamente con la protección de alguna alambrada. Como alternativa, utilizaban parapetos, levantados sobre la superficie, pues la altura del nivel freático del terreno de Flandes hacía que las trincheras se inundaran con facilidad.”

“Marcó la pauta de la guerra durante todo el año 1915, pues Falkenhayn ordenó a sus tropas del Frente Occidental ampliar y profundizar las trincheras improvisadas que habían abierto a raíz de la batalla del Aisne, creando un sistema continuado de dos líneas o más. Aunque Falkenhayn seguía considerando esta operación un recurso provisional, que permitiría ahorrar vidas y disponer de tropas para acciones móviles en otros lugares, Joffre sabía que sin unos recursos mayores en materia de artillería, munición y hombres, los franceses tendrían muchas dificultades para desalojar a sus enemigos del enorme reducto que estaban construyendo.”

2.-“Una y otra vez, tanto en el este como en el oeste, las ofensivas de uno y otro bando perdieron intensidad y tuvieron que ser interrumpidas debido al terrible número de bajas sufridas. Las fuerzas atacantes se encontraban siempre con problemas similares en el territorio enemigo. Al avanzar se alejaban de sus redes telefónicas y telegráficas y tenían que recurrir a los mensajes por radio que sus adversarios podían interceptar; dejaban tras de sí los ferrocarriles que necesitaban para suministrarles munición para sus armas y comida, ropa y cuidados médicos para sus hombres y sus caballos. Las campañas realizadas en las condiciones de 1914 plantearon a los generales unos retos desconocidos hasta entonces, tanto a la hora de interpretar la profusión de información que les llegaba como a la hora de maniobrar en respuesta a dicha información con unos ejércitos que eran mucho más difíciles de manejar (pues eran más grandes y más voraces desde el punto de vista logístico) que en tiempos de Napoleón.Todos los comandantes supremos tuvieron dificultades para dirigir a sus subordinados, y la estrategia —por ejemplo, en el ejército ruso— muchas veces era simplemente fruto de los compromisos alcanzados como consecuencia de las luchas burocráticas. Los mandos tenían cierto control sobre el dónde y el cuándo debían abrir fuego sus hombres, pero fuera de eso casi no tenían ninguno..."


3.-La potencia de fuego moderna de ametralladoras y cañones de rápido disparo hacían muy difícil la protección de las tropas y el avance en terreno abierto.




“El uso de las trincheras en una guerra con armamento industrial no era una novedad absoluta, ya que durante la guerra ruso-japonesa de 1904-1905 se habían empleado combinadas con algunos de los avances tecnológicos modernos, pero en ningún caso llegó a alcanzar el protagonismo que adquirió desde el otoño de 1914 en el frente occidental. El proceso de fijación del sistema de zanjas militarizadas fue rápido y su efecto inmediato fue el de desconcertar absolutamente a los mandos militares. Ya a finales de 1914 quien había sido nombrado ministro de la Guerra en el nuevo gobierno de concentración nacional que se formó en Gran Bretaña tras el estallido de la guerra, lord Horatio Herbert Kitchener, el laureado mariscal de las campañas coloniales que por medio siglo había obtenido victorias desde la India hasta Sudán y Sudáfrica, afirmó ante esta nueva variedad bélica: «No sé qué hacer, esto no es una guerra».


Y es que desde aquel invierno y hasta la primavera de 1918 el sistema de trincheras fue fijo. Las ofensivas no se movían más que unos cientos de metros, algunos kilómetros a lo sumo. En conjunto se trataba de un complejo de excavaciones de seiscientos cincuenta kilómetros que comenzaba en el canal de la Mancha, en Bélgica, y que a través de Francia seguía una línea imaginaria que unía los territorios de las poblaciones de Ypres, Béthune, Arrás, Albert, Compiègne, Soissons, Reims, Verdún, Saint-Michel, Nancy y llegaba a la frontera suiza en las cercanías de Beurnevésin. Se trataba de dos sistemas paralelos de trincheras, uno en la parte oriental controlado por los alemanes, mientras que el occidental estaba en manos de los aliados. Aproximadamente los primeros sesenta kilómetros de este último estaban controlados por los belgas, mientras que desde Ypres y a lo largo de ciento cincuenta kilómetros el mando militar lo ejercían los británicos, y el resto hacia el sur quedaba en poder de los franceses. El sistema de excavaciones hechas durante toda la guerra por ambos bandos sumaba en total cuarenta mil kilómetros de zanjas.
Podría caerse en la tentación de creer que se trataba de dos líneas paralelas que llevaban de un extremo a otro del frente. De hecho los propios soldados tuvieron ocasionalmente esa impresión, sobre todo en sus primeros días en el frente. El soldado británico Stanley Casson, conocido posteriormente por su trabajo como arqueólogo y que moriría en servicio durante la Segunda Guerra Mundial, dejó escrito lo siguiente sobre su posición en el frente occidental: «Nuestras trincheras estaban situadas en una ligera pendiente, desde la que se dominaba el terreno alemán, con la nebulosa visión de una meseta más abajo. A derecha e izquierda se extendían las grandes líneas de defensa tanto como las miradas y las imaginaciones podían abarcar. A veces me preguntaba cuánto tiempo tardaría en caminar desde las playas del Mar del Norte hasta aquel curioso final de toda lucha en la frontera suiza; intentar adivinar cómo era cada extremo; imaginar lo que podría pasar si enviara un mensaje verbal, como si fuera un juego de salón, al hombre que estuviera a mi derecha, que debía pasar hasta el último hombre allá arriba, en los Alpes. ¿Al final sería comprensible?». Pero la realidad era más compleja, casi laberíntica. Se trataba de intrincados sistemas de tres líneas de trincheras por cada bando, que no siempre formaban un continuo a lo largo del frente. La primera era la trinchera de fuego, que era escenario de la lucha y distaba entre cincuenta metros y kilómetro y medio del enemigo. Por detrás de ella, a unos cuantos cientos de metros, existía una segunda línea de trincheras, la de apoyo, cuya actividad se centraba en la realización de labores de auxilio a la de fuego. Por último existía una tercera línea, la de reserva, que era la más cercana a la retaguardia y que estaba en contacto directo con las poblaciones cercanas de esta, desde las que se organizaban las tareas de apoyo e intendencia a las tropas. Estas localidades conectaban con las trincheras mediante el sistema de carreteras, en muchas ocasiones deficiente. En la zona de Ypres fue especialmente importante la población de Poperinghe (llamada familiarmente por los soldados británicos sencillamente «Pop») y en el Somme jugó un papel similar la ciudad de Amiens.

Además de las trincheras propiamente dichas existían otros dos tipos de zanjas que formaban parte del sistema: las trincheras de comunicación y los túneles. Las primeras corrían de forma perpendicular a las tres líneas del frente y permitían comunicarlas sin sin exponerse al fuego enemigo. Mientras, las segundas constituían el tipo más temido por los combatientes. Entre las dos líneas enemigas se extendía una franja de tierra de dimensiones variables (en algunos casos apenas de cincuenta metros) llamada por todos la «tierra de nadie». Este espacio, que era el que había que cruzar durante las ofensivas, no era un territorio vacío. En él se adentraban los llamados túneles, zanjas más pequeñas que conectaban con los elementos defensivos instalados en la tierra de nadie, normalmente puestos avanzados de observación, de escucha, de lanzamiento de granadas o nidos de ametralladoras. En este territorio en litigio además se instalaban elementos defensivos para dificultar el avance del enemigo. Los más utilizados eran las alambradas, que se plantaban a suficiente distancia como para impedir que el adversario avanzase lo bastante para lanzar granadas al interior de la trinchera. La confección de las alambradas se fue haciendo cada vez más sofisticada, pasando de líneas sencillas de alambre a complejos obstáculos que constituían auténticas trampas en las que se lograba dejar expuesto al enemigo frente al fuego de los defensores.
La trinchera de fuego tenía habitualmente entre 1,80 y 2,45 metros de profundidad y de 1,20 a 1,50 de anchura. Por el lado que daba al enemigo se elevaba un parapeto de construcción, tierra o sacos terreros de unos 60 a 90 centímetros desde el nivel del suelo. Por el lado trasero otro parapeto de menor altitud, normalmente de 30 centímetros, ofrecía asimismo protección. En los laterales de la trinchera se solían excavar agujeros de acceso a los refugios subterráneos más profundos a los que se llegaba mediante unas escaleras de tierra apisonada, y que solían emplearse como puestos de mando 
dependencias de oficiales o sencillamente para resguardar a los soldados durante los bombardeos. En el interior de la trinchera, por el lado del enemigo, era habitual realizar un escalón corrido de 60 centímetros de alto (el «paso de fuego») que permitía a los soldados que se subían en él disparar o lanzar granadas por encima del parapeto de protección. En ocasiones este contaba con troneras a través de las que se podía disparar sin quedar expuesto al fuego enemigo y que, a veces, se protegían con planchas de acero para blindarlas.
El trazado de las trincheras nunca avanzaba en línea recta, sino en zigzag y en ocasiones su discurrir estaba interrumpido por salientes que penetraban en la trinchera desde las paredes a modo de parapetos interiores. La razón de este diseño era evitar los efectos letales de la metralla si un proyectil de artillería explotaba en el interior de la misma. Se trataba de limitar el daño a un espacio lo más reducido posible, de calcular todo para evitar un alto número de bajas. Esto hacía que el avance por las trincheras no fuese rápido, sino que el soldado que se trasladaba por ellas tenía que realizar frecuentes giros y rodeos, pero presentaba también la ventaja de que en caso de invasión de la trinchera por el enemigo su defensa era más viable, pues facilitaba a los defensores la toma de posiciones desde las que hostigar al atacante. El resultado era un intrincado sistema de pasadizos semisubterráneos en los que era muy fácil perderse. Así, un mayor británico escribía a su mujer en diciembre de 1914: «Las trincheras son un laberinto, ya me he perdido varias veces […] no puedes salir de ellas y pasearte por el campo  y lo único que ves son dos muros de barro a cada lado». Las autoridades militares intentaron paliar el caos poniendo señales indicadoras y de control del tráfico a lo largo del trazado, pero con éxito limitado. Lo normal era que los soldados sólo conociesen bien el tramo del sistema de trincheras en el que se desarrollaba su actividad cotidiana.
El suelo se cubría con listones de madera, debajo de los cuales había desagües para evacuar el agua de las frecuentes lluvias, y las paredes tenían que ser a menudo reforzadas para evitar los deslizamientos de tierra utilizando sacos terreros,”


“Como si de hormigas se tratase, los soldados desarrollaron su vida cotidiana en aquel inverosímil mundo de pasillos subterráneos. Para optimizar los recursos y no quemar su moral, los mandos prohibieron la permanencia constante en la línea de fuego, estableciendo un sistema de rotación entre las trincheras de primera línea, de apoyo y de reserva, por períodos de entre tres días y una semana. Tras haber pasado por las tres líneas se permanecía una semana completa en la retaguardia, donde se realizaban labores de entrenamiento y organización. Era prácticamente la única posibilidad de descansar, ya que sólo ocasionalmente se concedían permisos. La organización del tiempo en las trincheras de primera línea seguía un patrón bastante definido. La jornada comenzaba una hora antes del amanecer, momento en el que se imponía el estado de alerta, ya que el alba era el momento preferido para atacar. Si la suerte sonreía ese día el sol se alzaba sin novedad en el horizonte, lo que significaba que no habría ataque.”


“Por lo general (sobre todo en el bando aliado) las trincheras se construyeron de forma improvisada, estaban mal acondicionadas y eran muy insalubres. La suciedad, la humedad, el frío y los malos olores eran omnipresentes. La razón de que no se trabajase en mejorar estas instalaciones fue que durante toda la guerra el alto mando nunca perdió la esperanza de lanzar una ofensiva que rompiese el empate del frente y permitiese un regreso a la guerra de movimientos.”


Fragmentos del libro : Historia, Canal. “La Gran Guerra.”

Un esquema de la vida en las trincheras:


LOS PELUDOS...

“La suciedad también se extendía a los propios cuerpos de los soldados. La imposibilidad de un aseo frecuente hizo que los piojos y otros parásitos afectasen a todos los contendientes por igual. Espulgar la ropa y a sí mismos formaba parte de la labor cotidiana de los soldados, había incluso despiojadores profesionales en las trincheras de apoyo que se encargaban de eliminar los parásitos de las prendas, pero la rotación de los soldados por el circuito del frente no les libraba de la presencia de estos incómodos huéspedes. La suciedad de los soldados impresionaba a los que se incorporaban por primera vez al servicio militar. El teniente francés Gaudy describía así a los soldados relevados del frente por una tropa de refresco de la que formaba parte: «El color de los rostros no se diferenciaba apenas del de los capotes, hasta tal punto estaba todo recubierto de barro que se había secado para que otro nuevo viniese a mancillar todo una vez más; los vestidos, como la piel, estaban totalmente incrustados de ese barro». El aspecto sucio, barbudo y harapiento de los soldados franceses fue probablemente el origen del nombre con el que fueron apodados por sus compatriotas: poilus[…]”



LA COMIDA...

“Los hombres comían en medio de aquella suciedad. Había tres refrigerios diarios y la ración oficial del ejército británico constaba de 570 gramos de carne fresca o 450 en conserva, 570 gramos de pan, 115 gramos de tocino, 85 gramos de queso y 225 gramos de hortalizas frescas o 60 secas al día. A ello se sumaban ocasionalmente té, azúcar y mermelada. Pese a que las autoridades militares presumían de la buena alimentación de la tropa, pocas veces el soldado recibía todos estos alimentos. La carne más corriente fue la envasada, que pese a ser muy impopular entre los tommies era muy apreciada por la población francesa de la retaguardia, así como objeto preferido de las razias ocasionales que los alemanes dirigían a las trincheras enemigas para hacerse con parte de sus provisiones. El pan tampoco estuvo presente salvo en momentos puntuales. En su lugar se distribuían las galletas Pearl como sucedáneo, que los soldados comparaban con las galletas para perros, pero que gustaban mucho a los niños de la inmediata retaguardia, quienes se entretenían frecuentemente pidiendo comida o distrayendo a las unidades que iban y venían del frente.”

LA TIERRA DE NADIE...

“A los pocos meses de comenzar la guerra, la tierra de nadie estaba ya colmada de cadáveres que no podían ser recogidos por ninguno de los bandos. Su sola contemplación era espeluznante, como si de una premonición sobre el propio futuro se tratase. También Naegelen dejó testimonio de ello: «A lo largo de todo el frente […] yacen […] los soldados barridos por las ametralladoras, extendidos cara a tierra y alineados como si estuviesen en plena maniobra. La lluvia cae sobre ellos inexorable, y las balas siguen rompiendo sus huesos blanqueados. Una noche, Jacques, que iba de patrulla, ha visto huir a las ratas saliendo por debajo de sus capotes desteñidos, enormes ratas engordadas con carne humana». Los británicos incluso se entretenían con macabros pasatiempos sobre el asunto. Así, el mayor P. H. Pilditch recordaba tras la guerra que «en lo que fue tierra de nadie durante cuatro años […] era una ocupación morbosa pero muy interesante rastrear las diversas batallas entre los cientos de calaveras, huesos y restos dispersos por todas partes.”
Actividad:

Elabora un esquema sobre el texto que acabas de leer de la vida en las trincheras.

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