martes, 24 de marzo de 2015

Pensadores de la Era de hierro.


“En 1918, el esfuerzo de guerra austro-húngaro llegó a su final con una rendición innoble. Muchos oficiales austriacos se montaron en un tren en Italia, de regreso a Austria, abandonando sus hombres a su destino. Pero no el teniente Wittgenstein, incapaz de tal acción. (Es casi imposible exagerar en qué medida la vida de Wittgenstein fue regida por principios. Sus momentos de mayor desesperación sucedían cuando cesaba temporalmente de tensarse hasta el límite y era capaz de darse cuenta de cómo iba cayendo su vida por debajo de sus principios, elevados hasta lo imposible).
Cuando Wittgenstein fue hecho prisionero por los italianos, llevaba en su mochila el único manuscrito de su obra filosófica, redactado durante la guerra. Se habría de titular Tractatus Logicus-Philosophicus y es la primera gran obra filosófica de la época moderna. Está escrita según una serie de notas numeradas. Ya desde las primeras frases queda claro que la filosofía ha entrado en una nueva etapa: «1. El mundo es todo lo que es el caso. 1.1. El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas».
Como campanadas, una afirmación nítida sigue a la otra, unidas por el mínimo absoluto de justificación[…]”

“El Tractatus es un intento por delimitar lo que podemos decir con sentido. Esto lleva a la pregunta: ¿qué es el lenguaje? Wittgenstein pretende que el lenguaje nos da una figura del mundo. Esta idea le fue inspirada por un reportaje periodístico acerca de un caso ante un tribunal, en el que coches de juguete fueron usados para representar un accidente. Los cochecitos eran como un lenguaje que describía el estado de cosas real. Figuraban lo que había ocurrido. Pero lo más importante es que compartían la misma «forma lógica»; ambos obedecían las leyes de la lógica. Los cochecitos (lenguaje) podían ser usados también para describir todas las posibilidades (casi escape, atasco de tráfico, ausencia del coche que se alegaba había causado el accidente, etc.). Pero no podían describir dos coches que ocuparan a la vez el mismo espacio, o un coche ocupando dos espacios separados al mismo tiempo. La forma lógica evitaba esto, tanto en la realidad como en el lenguaje.”

“Wittgenstein se dio cuenta de esto. Para tratar de superar esta dificultad, se aferró a su primitiva idea de que de ciertas cosas no se puede decir que sean verdaderas, sólo se puede mostrar que son verdaderas. Admitió que en el Tractatus estaba tratando de decir cosas que sólo se pueden mostrar. Sin embargo, concluye el Tractatus con su célebre pronunciamiento magistral que prohíbe a otros tratar de hacer lo mismo. («Sobre lo que no se puede hablar, se debe callar»).
Dios cae inevitablemente dentro del grupo de cosas de las que no se puede hablar; no podemos decir nada de Dios porque el lenguaje sólo pinta figuras de la realidad. Pero Wittgenstein pretende que tales cosas como Dios sí existen; es sólo que no se pueden decir o pensar. «6.522. Hay en verdad cosas que no se pueden poner en palabras. Se manifiestan. Son lo místico». La parte final del Tractatus —al igual que sus escritos de los cuadernos de la época de la guerra— es una imponente mezcla de lógica y misticismo. No es fácil despacharla como un simple truco de magia, particularmente porque su expresión tiene una poderosa claridad. […]”

“Los pocos escogidos a quienes se les permitía atender las clases de Wittgenstein tenían que llevar sus sillas. Permanecían sentados en silencio mientras Wittgenstein ponía su cabeza a «pensar». De vez en cuando, con la apariencia de un esfuerzo extremado, el filósofo se liberaba de un «pensamiento». Con otro que no fuera Wittgenstein esto habría sido una demostración ridículamente pretenciosa de «pensamiento original». Pero todos los presentes concuerdan en que la atmósfera era electrizante. A veces Wittgenstein examinaba hasta la tortura a uno de sus «estudiantes». Entre éstos estaban las mentes más lúcidas de Cambridge, los jóvenes intelectuales solitarios de costumbre y, en los últimos años, un negro de la fuerza aérea de USA, que se presentó por allí sin invitación, y a quien se le pidió que se quedara debido a su «expresión jovial».”

“Todos coinciden en que, cuando Wittgenstein interrogaba a uno de sus estudiantes sobre algún aspecto filosófico, el equivalente más próximo era la Inquisición española. Wittgenstein tenía una personalidad con tal poder de dominación que reducía su audiencia a un estado de terror. El único hombre que se sabe que se le enfrentó fue Alan Turing, el inventor del ordenador y uno de los matemáticos más finos de la época (quien tuvo que abandonar su carrera de matemático para ganar la segunda guerra mundial, al descifrar el código alemán Enigma). Durante una de sus clases, Wittgenstein sugirió que un sistema —tal como la lógica o las matemáticas— permanecería válido incluso si contenía una contradicción. Turing discrepó: no tenía sentido construir un puente con matemáticas que contuvieran una contradicción escondida, puesto que podía caerse. Wittgenstein no aceptaba esto: las consideraciones empíricas no juegan ningún papel en lógica. Pero Turing no se dejaba intimidar e insistía en que el puente se caería.”

“Wittgenstein inicia su Tractatus Logico-Philosophicus con dos llamativas frases:
1 El mundo es todo lo que es el caso.
1.1 El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas.
Hechos estos asertos, sin ninguna justificación que los acompañe, continúa diciendo:
1.12 Porque la totalidad de los hechos determina lo que es el caso, y también todo lo que no es el caso.
1.13 Los hechos en el espacio lógico son el mundo.
Esto conduce a:
2 Lo que es el caso —el hecho— es la existencia de estados de cosas.
2.01 El estado de cosas es una combinación de objetos (entidades, cosas).
Afirma entonces:
2.012 En lógica, nada es accidental: si una cosa puede ocurrir en un estado de cosas, la posibilidad del estado de cosas debe estar ya pre juzgada en la cosa misma.”




Fragmentos de Strathern, Paul. “Wittgenstein en 90 






“¿CERDOS O JABALÍES?
 
 
 
   Cuenta Luis Carandell que una frase pronunciada por José Ortega y Gasset en las Cortes de 1931 sirvió para bautizar a un grupo de diputados como «los jabalíes». La frase en cuestión decía: «No hemos venido aquí para hacer el payaso, el tenor ni el jabalí». A partir de entonces, cinco diputados especialmente folloneros, que a menudo interrumpían las sesiones con sus escandalosas protestas y pataleos, recibieron el apodo de «los jabalíes». Y hasta ellos mismos presumían de su apodo.
   Un día fueron en grupo a saludar a Miguel de Unamuno, quien también era diputado, y se presentaron ante él diciéndole:
   —Don Miguel, habrá oído hablar usted ya de nosotros: somos los jabalíes.
   —Imposible —rezongó Unamuno, a quien aquellos diputados no debieron de causar una grata impresión—. Los jabalíes van siempre solos o en pareja. Los que sí van en piara son los cerdos.”



“EL GALLO PERPLEJO
 
 
 
   José Ortega y Gasset suele ser considerado el filósofo español más importante del siglo XX. Creador del raciovitalismo, una teoría que intenta conciliar la razón y la vida, fue profesor de filosofía en la Universidad Complutense de Madrid entre 1910 y 1936, y se convirtió en una de las figuras más influyentes de la sociedad y la cultura españolas del momento.
   Una de las anécdotas más famosas de la época gira en torno a su nombre: acababan de almorzar el torero Rafael Gómez «El Gallo» y José María de Cossío con Ortega y Gasset. Cuando Ortega se marchó, «El Gallo» le preguntó a Cossío:
   —Y este señor que ha comido con nosotros, ¿quién era?
   —Tú siempre tan despistado, Rafael. Este señor era don José Ortega y Gasset —le respondió Cossío.
   —Eso ya lo sé, pero quiero decir que a qué se dedica.
   —Pues es nada menos que el filósofo más importante que hay en España.
   —Ya, ¿pero de qué vive?
   —De pensar, Rafael, le pagan por pensar.
   Y Rafael «El Gallo», sin poder ocultar su asombro, exclamó:
   —¡Hay gente pa tó!”

Pasaje de: Pedro Gonzalez Calero. “Filosofía para bufones.”

Actividades.


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