martes, 27 de enero de 2015

Relato I

“Me habrían ido mejor las cosas si ella hubiera vivido. Pero murió cuando yo todavía era un niño; y aunque todo lo que me ha sucedido desde entonces es mi culpa, al perder a mi madre perdí de vista cualquier punto de referencia que podría haberme conducido a un lugar más feliz, una vida más plena o agradable.
Su muerte marcó la línea divisoria: el antes y el después. Y si bien es triste admitirlo al cabo de tantos años, aún no he conocido a nadie que haga que me sienta tan querido como lo hizo ella. En su compañía todo cobraba vida; irradiaba una luz tan mágica que todo cobraba más vida y color al verlo a través de su mirada; recuerdo que unas semanas antes de su muerte, mientras cenaba con ella en un restaurante italiano del Village ya entrada la noche, me asió de la manga ante la inesperada y casi dolorosa belleza de lo que veía: de la cocina traían en procesión un pastel de cumpleaños; la luz de las velas formaba un débil círculo tembloroso en el techo oscuro, y lo dejaron en la mesa para que brillara en medio de la familia, embelleciendo el rostro de una anciana; todo eran sonrisas alrededor, mientras los camareros se hacían a un lado con las manos cogidas a la espalda; solo se trataba de una de esas celebraciones de cumpleaños que se podían ver en cualquier restaurante modesto del centro, y estoy seguro de que no recordaría ese episodio si mi madre no hubiera fallecido al poco tiempo, pero pensé en eso una y otra vez después de su muerte, y probablemente lo recordaré toda mi vida: el círculo iluminado con velas, un retablo de la felicidad compartida que se desvaneció cuando la perdí.”

Pasaje de: Tartt, Donna. “El jilguero.”



“Y, sin embargo, era plenamente ella misma, una rareza. No recuerdo haber visto nunca a otra persona que se le pareciera. Tenía el pelo oscuro, la tez pálida y pecosa en verano, y unos luminosos ojos azul porcelana; en la curva de sus pómulos había una mezcla tan insólita de lo tribal y el crepúsculo celta que a veces la gente la tomaba por islandesa. En realidad era medio irlandesa y medio cherokee, de una ciudad de Kansas cercana a la frontera de Oklahoma; le gustaba hacerme reír llamándose a sí misma okie, como se conocía a los habitantes empobrecidos de ese estado que habían emigrado durante la Depresión, aunque ella era tan elegante, briosa y brillante como un caballo de carreras. Por desgracia, ese carácter exótico aparece demasiado crudo e implacable en las fotografías —las pecas disimuladas con maquillaje, el pelo recogido en una coleta a la altura de la nuca como algún noble de La historia de Genji—, y no hay ni rastro de su calidez, de su naturaleza alegre e impredecible, que era lo que más me gustaba de ella. Por la inmovilidad que emana en las fotos, es evidente que la cámara le inspiraba desconfianza[…]”

Otro Fragmento de: Tartt, Donna. “El jilguero.” 

“A mi madre le sucedieron tres cosas importantes tras su llegada a Nueva York en autobús desde Kansas, sin amigos y prácticamente sin blanca. La primera fue que un cazatalentos llamado Davy Jo Pickering la vio sirviendo mesas en una cafetería del Village; era una adolescente famélica con unas Doc Martens, ropa de segunda mano de alguna tienda benéfica y una trenza tan larga colgándole a la espalda que podía sentarse sobre ella. Cuando le llevó un café, él le ofreció setecientos dólares que enseguida subió a mil por sustituir a una joven que no se había presentado al otro lado de la calle para una sesión de fotos de catálogo. A continuación señaló la caravana y al equipo, instalados en el parque de Sheridan Square; contó los billetes y los dejó encima del mostrador.
—Deme diez minutos —respondió ella; sirvió el resto de los desayunos que le habían pedido, luego colgó el delantal y salió.




«Solo era modelo de catálogos de venta por correo», se tomaba la molestia de decirle a la gente, para aclarar que nunca había trabajado en revistas de moda o firmas de alta costura, sino solo para circulares de alguna cadena, con ropa de sport barata destinada a jovencitas de Missouri y Montana. A veces resultaba divertido, pero la mayoría de las ocasiones no lo era: trajes de baño en enero, tiritando con gripe; tweeds y lana en pleno verano, sofocada durante horas en medio de hojas de otoño de mentira mientras el ventilador del estudio agitaba aire caliente y un tipo del departamento de maquillaje corría entre tomas para secarle con polvos el sudor de la cara.
Sin embargo, durante esos años en los que había fingido ser una universitaria —posando en campus ficticios en rígidas parejas o tríos, con los libros contra el pecho—, había logrado ahorrar suficiente dinero para ir a la universidad de verdad y estudiar historia del arte en la Universidad de Nueva York. Nunca había visto un gran cuadro en persona hasta que cumplió dieciocho años y se fue a vivir a Nueva York; deseaba recuperar el tiempo perdido; «auténtica felicidad, el paraíso terrenal», había exclamado, rodeada de libros de arte y examinando durante horas y horas las mismas viejas diapositivas (Manet, Vuillard) hasta que veía borroso[…]”

Pasaje de: Tartt, Donna. “El jilguero.”





Su madre vivió otras dos cosas al llegar a Nueva York :la universidad y el matrimonio.


“—¿Cuánto tiempo tardó en pintarlo?
Mi madre, que se había acercado demasiado al cuadro, retrocedió para contemplarlo, ajena al guardia de seguridad con un chicle en la boca cuya atención había atraído y que le miraba fijamente la espalda.
—Bueno, los holandeses inventaron el microscopio —respondió ella—. Eran joyeros, talladores de lentes. Pintaban todo lo más detallado posible porque incluso las cosas más pequeñas significaban algo. Cuando ves moscas o insectos en una naturaleza muerta…, un pétalo marchito o una mancha negra en una manzana, el pintor te está transmitiendo un mensaje secreto. Te está diciendo que lo vivo no dura, que todo es efímero. Muerte en vida. Por eso las llaman natures mortes, naturalezas muertas. Puede que, con toda la belleza y el esplendor, no veas de entrada la pequeña mota de podredumbre. Pero si miras con más detenimiento, ahí está.”

Pasaje de: Tartt, Donna. “El jilguero.” 


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